‘Nuestro libro’, de Lorena Parra Méndez, que ha participado con el seudónimo de Kika Antequera, ha sido el relato ganador de la XI edición de los torneos literarios de ‘Libro, Vuela Libre’.
La ganadora, que forma parte de uno de los grupos presenciales de los talleres de escritura creativa de esta iniciativa cultural valenciana, ha recibido como premio, además de su correspondiente diploma acreditativo, una cesta diseñada por el “comando liberalibros” de Libro Vuela Libre, con un lote de libros y de productos básicos para el proceso creativo de un escritor en formación.
La XI edición de estos torneos literarios, que ha estado muy reñida y ha necesitado varias rondas de votación para deshacer los desempates, ha tenido también seis finalistas, algunos de los cuales, junto a la ganadora y otros escritores en formación de estos talleres, formarán parte de la próxima antología y liberación de talentos de ‘Libro, Vuela Libre’.
Carmen Pastor Gimeno, Juan Molpeceres Pastor, Carol Gil Aparicio, Sonia Martínez Sanchís, Lola V. Pérez y Verónica Garí Mora, todos ellos también en las modalidades presenciales u online de estos talleres de escritura creativa dirigidos por Aurora Luna y pioneros en Valencia, han sido los seis finalistas premiados junto a la ganadora en estos torneos que anualmente organizan las cadenas literarias de ‘Libro, Vuela Libre’ para desarrollar y premiar la creatividad de sus autores en formación.
Relato ganador de la XI edición de los torneos de los talleres de escritura creativa de ‘Libro, Vuela Libre’
Autor: Lorena Parra Méndez. Seudónimo: Kika Antequera. Título: “Nuestro libro”
Nuestro libro
La puerta de mi cuarto se abrió y, como cada noche, mi abuelo entró con nuestro libro y acercó una silla a mi lado.
—La parte de los molinos, abuelo, los molinos.
Abrió el libro con cuidado y empezó a leer. Nos sumergimos enseguida en la historia y mi abuelo se vino arriba, como siempre. Y cuando ya se había levantado y puesto una pierna sobre mi cama, mientras lanzaba amenazas contra el armario que tenía frente a él, envuelto en la luz dorada de la mesita de noche, se abrió la puerta. Mamá apareció con su cara de apuro y su sonrisa metálica y congelada.
—Papá, la idea de leerle un cuento a la niña antes de dormir es que se duerma y mira la que estás montando. ¿Y dónde está la versión infantil que compré? Si le lees ese libro la niña no se entera.
Entonces dijimos los dos a la vez:
—Sí se entera.
Aparqué en la residencia mientras aquellos recuerdos se evaporaban y salí del coche a todo correr. Entré en su habitación, dejé los trastos en un rincón y saqué nuestro libro del bolso.
—Perdón, abuelo. Llego tarde. No se me ha olvidado, hoy tocaban los molinos.
Las máquinas a las que estaba conectado hicieron ruidos y pitidos, se aceleraron un poco. Yo sabía que él seguía allí, en alguna parte, aunque ya no pudiera contestarme o decirme que leyera más despacio o más alto. Acerqué la butaca y me puse manos a la obra mientras sentía cómo se apoderaba de mí. En uno de mis arrebatos me levanté y puse el pie sobre la cama, a punto de embestir a aquellos gigantes que nos cortaban el paso, cuando se abrió la puerta.
—Baja un poco la voz, la señora Concha de la habitación de al lado se ha vuelto a quejar —dijo la enfermera poniendo los ojos en blanco.
—Lo siento, ya me marcho. Llego tarde a clase otra vez. Hasta mañana, abuelo —dije y le di un beso en la frente antes de salir.
Lorena Parra Méndez